En el sur de España, casi en el extremo oriental de la costa del Sol y junto a ella se extiende la Alpujarra que, a veces llaman las Alpujarras, porque comparte su área geográfica entre las provincias de Granada y Almería, si bien la mayor parte pertenece a Granada y es la mas típica y caracterizada.
La alpujarra tiene cumbres de nieves, valles esplendorosamente verdes y moles rocosas con ecos de abismo en sus barrancos torrentes, La luz la vegetación y el ambiente se ofrecen como un paraíso al infinito.
Del Mulhacén al mar se puede ir en solo una hora y media por carretera. Es una zona que subyuga por la singularidad de su belleza, su pintoresquismo, su paisaje amplio y variado, difícil e irregular, y no presenta una curiosidad ociosa, sino que induce a una búsqueda romántica al hombre que necesita conocer las cosas a fondo, para que sus ojos puedan penetrar en lo más profundo en la naturaleza auténtica, es el objeto del pensamiento y la emoción.
EL BARRANCO DEL POQUEIRA
El Barranco del Poqueira se encuentra en la comarca de la Alpujarra. Más precisamente en la Alpujarra Alta (Provincia de Granada). Este barranco abarca en su ladera este los pueblos de Pampaneira, Bubión y Capileira. Este último con sus 1.432 m. de altura es el pueblo más cerca de las cumbres del macizo de Sierra Nevada, o sea de los picos Veleta (3.396 m.) y Mulhacen 13.482 m.). Pampaneira se sitúa a 1.055 m. y Bubión a 1. 300m.de altura y el más tranquilo y conservado de los tres con sus pequeños huertos en el interior del pueblo y su buen jamón que pueden comprar aquí .
El Río Poqueira muy rico en truchas y que da su nombre al barranco, nace por las aguas liberadas por el deshielo de las nieves semiperpetuas de las cumbres al llegar la primavera. Sus afluentes son el Río Toril, el Río Veleta, el Río Seco y el Río Mulhacen. El Río Poqueira se junta con el Río Trevélez para llegar al río Guadalfeo que desemboca entre Motril y Salobreña.
El último escondite de los moros.
Al sur de Granada, trepados en las faldas de la Sierra Nevada, están los blanquísimos pueblos de La Alpujarra. En el siglo XVI fueron el último bastión de los árabes antes de ser expulsados definitivamente de España. Hoy no hay rastros de ese pasado guerrero. Se respira aire puro, se come bien, se camina lento por calles estrechas y empinadas.
Por: Patricio de la Paz
Las tres cosas que advierten sobre el camino que lleva de Granada a La Alpujarra son absolutamente ciertas. Uno, que el camino -angostísimo- no deja nunca de subir. Dos, que está lleno de curvas. Y tres, que en cada curva el chofer del bus toca la bocina para evitar ingratas sorpresas de frente. Así, subiendo, doblando y con bocinazos como música de fondo uno entra a esta zona de pueblos diminutos que se trepan por las faldas de la Sierra Nevada. El esfuerzo, sin embargo, vale la pena. Después de casi dos horas de viaje, el chofer deja la bocina e indica mirar hacia arriba. Allí, como bordados a mano en las laderas verdes de la cordillera más alta de España, se ven los blanquísimos pueblos que se levantan en las mismas tierras donde, siglos atrás, moros y cristianos batallaron sin tregua.
Recorrer La Alpujarra entera toma tiempo. Son más de 20 pueblitos que empiezan en la provincia de Granada y terminan en Almería. Imposible verlos todos para un viajero de itinerario apretado. Por suerte, los propios españoles se encargan de recomendar los tres imprescindibles: Pampaneira, Bubión y Capileira. Que son los mismos que el chofer del bus, con vocación innata de guía turístico, muestra con su dedo índice que se mueve de abajo hacia arriba. "Están enclavados en las laderas del llamado barranco del Poqueira, ¿ven? Al fondo de ese barranco está el río del mismo nombre. En lo alto, la cima del Veleta, una de las más altas del país", recita casi de memoria. Y ya no toca la bocina.
Todos amigos.
Pampaneira es un pueblo amable. Lo dice, de entrada y a todo color, una placa de cerámica en el paradero de buses: "Viajero, quédate a vivir con nosotros". Sus habitantes, que no suman más de 350, saludan con idéntica cortesía cuando uno se los cruza en las estrechas y empinadas calles o cuando se les ve sentados en las entradas de sus casas blanqueadas con cal. Se supone que ellos son los herederos de los moros que después de las capitulaciones de Granada a fines del siglo XV se movieron a estas tierras y, por casi 80 años, dieron dura pelea a los cristianos. Pero de moro esta gente tiene bien poco. Son más bien descendientes de los gallegos, castellanos y asturianos que repoblaron La Alpujarra a partir de mediados del siglo XVI, cuando los reyes españoles expulsaron definitivamente a los árabes de sus dominios.
En todo caso, el pasado pesa. Y reaparece, de vez en cuando, en pequeños detalles. Un ejemplo es la artesanía de Pampaneira. Sus productos más típicos son las jarapas: tejidos hechos con desechos textiles de toda España y que mujeres del pueblo tejen en grandes máquinas con técnicas moriscas de hace más de 400 años. "Tejer una pieza demora como dos horas. Originalmente, las jarapas se usaban bajo los colchones y como paños para cubrir la comida. Hoy son más bien alfombras", explica Carmen, mientras mezcla lana, algodón y fibras sintéticas. Con paciencia infinita.
La arquitectura es también curiosa. Debido a la fuerte pendiente del terreno, las casas se construyen en forma escalonada, de modo que el techo de una sirve de terraza a la que está inmediatamente más arriba. Por eso, los tejados, o "terraos" como los llaman aquí, son planos y hechos con losas de piedra que ubican en forma horizontal. La norma debe respetarse cada vez que se construye una nueva vivienda. "La arquitectura nos obliga a estar conectados unos con otros. Por eso somos amigables", asegura Amparo. Y continúa colgando ropa en su propia terraza-techo.
La mesa fecunda.
Aunque hay buses, la mejor manera de ir de Pampaneira a Bubión es a pie. Pese a que son dos kilómetros literalmente "cuesta arriba" -que demoran al menos cuarenta y cinco minutos-, la caminata es un paseo exquisito en medio de una naturaleza perfecta. Cielo bien azul, árboles bien verdes, nieves bien blancas en las cimas de las montañas que aparecen por todos lados.
Una placa de cerámica es también la encargada de dar la bienvenida a Bubión. Con perfecta letra imprenta, se leen allí unos versos del poeta Rafael Gómez Montero: "Desde la nieve hasta el mar, domino todo el barranco desde mi torre ancestral...". Imposible no mirar, entonces, los restos del torreón árabe que está a pocos metros, mudo testigo de los tiempos guerreros.
El resto del pueblo es muy similar a su vecino, Pampaneira. Con esos elementos que le dan el inconfundible "espíritu moro" que se siente también en algunos barrios de Granada, de Córdoba, de Sevilla: calles estrechas y empinadas, casas siempre blancas y con esos balcones típicos -los "tinaos"-, desde donde cuelgan flores. En Bubión éstas son de tantos colores, que uno al final pierde la cuenta.
Hora de almuerzo. Y, con ello, la constatación de que la gastronomía de por estos lados es tan generosa como calórica. De entrada, y casi sin preguntar, el mozo sirve sopa alpujarreña. Un caldo hirviendo, hecho con carne, habas, verduras, huevo, pan y jamón. Y, sin pausa alguna, pone el plato de fondo sobre la mesa: papas a lo pobre, morcilla, huevo y, por supuesto, otra buena ración de jamón serrano ("hecho en Trevélez, aquí en La Alpujarra", explica orgulloso el mesero). Con ese despliegue, pocos son capaces de llegar al postre. El mozo insiste. Pero mi negativa es rotunda. Sobre todo después de ver en la carta que la especialidad de la zona son pasteles con sobredosis de azúcar. Cargadísimos al almíbar. Otra innegable herencia mora.
En lo más alto.
A Capileira también es una delicia llegar caminando. Son otros dos empinados kilómetros. Pero qué importa. A la entrada, como ya es esperable, la bienvenida corre por cuenta de su respectiva placa de cerámica con las palabras inspiradas de Gómez Montero: "A la sombra del Veleta, secándose al sol y al aire, tendieron a Capileira, blanca como los pañales".
Aquí viven cerca de 600 personas. Es el más grande de los tres pueblos que cuelgan sobre el barranco del Poqueira. De seguro que el chofer con alma de guía lo dijo horas atrás, antes de empezar el ascenso por estos pueblos blancos. En Capileira hay también jarapas, terraos, tinaos. Calles angostas. Paredes recubiertas con cal. Fuentes con aguas que se dice son milagrosas, o al menos curativas. Gente que saluda amable.
Un grupo de ancianos, todos con sombreros impecables, conversan en una calle curva. Fuman tranquilos. Parecen esperar la puesta del sol. Uno se acerca sin prisa. "¿Quiere usted ver algo inolvidable?", dice. Y sin esperar respuesta, me pide que lo siga. A los minutos se detiene en el borde del pueblo, en la orilla donde las últimas casas blancas casi cuelgan sobre el barranco. "Mire", ordena el viejo. Y lo que se ve es, de verdad, inolvidable: laderas verdes que hacen de paredes de este precipicio profundo que la gente de aquí llama El Tajo del Diablo y que termina perdiéndose muy abajo en las aguas del Poqueira. Se ven también Bubión y Pampaneira. Como un par de manchitas blancas puestas ahí casi por descuido.
El silencio es completo. Tremendo. Casi dan ganas de aguantar la respiración para no interrumpir. A 1.450 metros sobre el nivel del mar, cualquier ruido mundano parece aquí demasiado lejos. Empieza a irse el sol en Capileira. Atardece en uno de los pueblos más altos de España.